martes, 22 de septiembre de 2015

Y ya ha pasado un año, Miguel...







         
Parece que fue ayer y ya ha pasado un año. Un año repleto de nuevas sensaciones y emociones renovadas. De trasiegos y esperanzas. Parece que fue ayer y ya ha pasado un año desde que te escribí una carta parecida a ésta y hoy celebro haberte conocido, Miguel. Hoy celebro contigo que todo haya cambiado –para mejor-, todo menos tú, que sigues siendo ese joven ilusionado con esas pequeñas cosas que nos hacen felices y, a veces, olvidamos en el fondo de un baúl que desborda impaciencias inútiles.

            Quizás, con la perspectiva que te ofrece la distancia, hayas podido contemplar con grato asombro el abrazo cofrade que hace un año se creó en torno a ti. Incluso, los que no te conocíamos, nos sumamos a él, con el mismo cariño que, un año después, tú nos has demostrado en incontables ocasiones. Tras esa cortina traslúcida de timidez, se intuye la inocencia de tu corazón limpio, que se tiñe de pasión cada primavera. Eres papón de fe, pero también, sin lugar a dudas, fe para los papones que hace un año sumaron sus oraciones a las de tu familia, compartiendo con ellos una ilusión que fue solidificando las lágrimas de la inquietud, hasta convertirlas en pabilo de esperanza.

            Parece que fue ayer y ya ha pasado un año, Miguel. Volviste a escuchar el tañido de las campanas del Mercado, a atronar los atardeceres de la primavera con dos baquetas y un tambor, a caminar tras ese Cristo moreno que sangra bienaventuranzas cada Jueves Santo…volviste a sonreír a la luna nueva y a gritar silencios blancos como el manto de una Virgen que muda su Soledad cuando la Pascua se desborda jubilosa por las orillas del río de tu vida, de tu nueva vida. Y yo, como hace un año, le doy gracias a Dios por cuidarte y por cuidar de sus hijos, de esos papones de corazón que, fervorosamente, elevan su mirada a un cielo repleto de plegarias, como luceros de fe.

            Que sea enhorabuena, hermano.