Quizás,
con la perspectiva que te ofrece la distancia, hayas podido contemplar con
grato asombro el abrazo cofrade que hace un año se creó en torno a ti. Incluso,
los que no te conocíamos, nos sumamos a él, con el mismo cariño que, un año
después, tú nos has demostrado en incontables ocasiones. Tras esa cortina traslúcida
de timidez, se intuye la inocencia de tu corazón limpio, que se tiñe de pasión
cada primavera. Eres papón de fe, pero también, sin lugar a dudas, fe para los
papones que hace un año sumaron sus oraciones a las de tu familia, compartiendo
con ellos una ilusión que fue solidificando las lágrimas de la inquietud, hasta
convertirlas en pabilo de esperanza.
Parece
que fue ayer y ya ha pasado un año, Miguel. Volviste a escuchar el tañido de
las campanas del Mercado, a atronar los atardeceres de la primavera con dos
baquetas y un tambor, a caminar tras ese Cristo moreno que sangra
bienaventuranzas cada Jueves Santo…volviste a sonreír a la luna nueva y a
gritar silencios blancos como el manto de una Virgen que muda su Soledad cuando
la Pascua se desborda jubilosa por las orillas del río de tu vida, de tu nueva
vida. Y yo, como hace un año, le doy gracias a Dios por cuidarte y por cuidar
de sus hijos, de esos papones de corazón que, fervorosamente, elevan su mirada
a un cielo repleto de plegarias, como luceros de fe.
Que
sea enhorabuena, hermano.