Tuvo que ser
de nuevo octubre. Tuvo que ser de nuevo un hachazo inmisericorde y seco el que, ésta vez, derribase en un segundo el árbol de tu vida, que aún esperaba
compartir con nosotros muchos otoños sepias. Tuvo que ser de nuevo el silencio ése
prólogo triste de la despedida, que aún hoy rezuma lágrimas por las paredes del
alma de los que te conocimos. Tuvo que ser y tuviste que ser tú…¡maldita muerte!
Tuvo que ser y
fue una tarde de octubre cuando la
Señora del barrio del Ejido cesó su peregrinar en soledad
tras los pasos de Su Hijo y se sentó para acogerte a ti en Su cálido regazo. A ti, que tantas veces la
llevaste sobre tus hombros y has dejado huérfana de amor una almohadilla morada.
A ti, que tantas veces la rezaste mientras el raseo de tus pasos y el crujir
del trono silenciaban el bisbiseo de esa oración sentida. A ti, que alzabas la
mirada buscando la Suya,
encontrando en el brillo de Sus ojos la ternura necesaria para perfumar con
ella tus abrazos. A ti, que tantas veces nos arropaste con tu alegría y ahora es
Ella la que te arropa con Su manto para protegerte del frío de una noche eterna,
que se cierne sobre los corazones de los que te añoramos como una negra sombra,
que sueña con la cenicienta claridad de una luna nueva. A ti, que supiste ser
padre, hermano y amigo, hijo y esposo, con la humildad de esa vela que,
pudiendo acariciar los pies cansados de la Reina de los Cielos, se resigna, con una emoción
que se derrama como cera tibia, a ser luz para la tiniebla y calor para el
rocío.
.
No es injusta
la vida, no, pues ésta nos dio la
oportunidad de conocerte y de compartirte, Juan Carlos. Es cruel la muerte, que
acudió a su cita ineludible con una premura insultante, sin avisar a nadie de su
llegada, sin darle tregua a tu hijo, que ya no volverá a sentir el suave roce
de tus besos en sus mejillas. Cruel y terca, obstinada en negarle a tu mujer el
placer de volver a amanecer contigo cada nuevo día. Cruel e impasible ante el
desgarrador dolor de tus padres, que han tenido que decirle tan pronto adiós a
un hijo y ante el llanto inconsolable de tus hermanos, que se niegan a aceptar,
como todos, que nunca más volveremos a disfrutar de tu sonrisa, Juan Carlos.
Que la Virgen de la Soledad, que sabe lo que es el dolor por la pérdida de
un hijo, que ha sentido el lacerante calor de las lágrimas resbalando por sus
dulces mejillas y sabe que el camino tiene un final de esperanza, ayude a tus
seres más queridos a soportar el doloroso clamor de tu ausencia y que tu hijo
encuentre en tu recuerdo, un motivo para ocupar algún día esa almohadilla
morada que esta próxima Semana Santa echará de menos el calor de tu hombro,
hermano…Pero no tengas ninguna duda de que algún día volveremos a encontrarnos para ser braceros eternos y ese día, volveremos a sentir juntos el olor del incienso y el crujir del trono. Hasta entonces, te enviaremos en el aleteo de las palomas que anuncia un Domingo de Gloria todo nuestro cariño hasta ese cielo que tardará en recuperar el color azul de un día alegre.
Descansa en
paz, Juan Carlos Llorente Pellitero.
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