domingo, 7 de abril de 2013

Aquel Jueves Santo de 1928...




              Son las tres de la tarde de un 5 de abril de 1928, uno de esos tres jueves que hay en el año, que relucen más que el sol, Jueves Santo. Aunque amaneció frío, la muchedumbre, que poco a poco va tomando las calles, ha propiciado que la tarde vaya adquiriendo la tonalidad y la calidez propia del día. En la S. I. Catedral, el Sr. Obispo se inclina en un humilde gesto para lavar los pies a doce ancianos de las Hermanitas que ejercen su papel de apóstoles, sustitutos, sin duda, de aquellos doce pobres que, no hace muchos años, ocupaban ese lugar en el presbiterio, durante la ceremonia del Lavatorio. Después, el Sermón del Mandato a cargo del profesor del Seminario, D. Nilo Rodríguez de Ayala.
             Se respira, durante toda la tarde, en la ciudad ese ambiente de las grandes ocasiones, un bullicio sordo y solemne, sobre todo, en los templos, que exponen sus Monumentos en altares cada vez más ricos en adornos, sana competencia que no deja indiferente a nadie. Pero, lo que concita mayor expectación en este día, es una nueva procesión organizada por la Cofradía del Dulce Nombre de Jesús Nazareno, la de La Oración del Huerto que, a las diez de la noche, saldrá de Santa Nonia, debiendo recogerse antes de las doce de la noche.


                A la hora indicada, los alrededores de la iglesia ya son un hervidero de gente curiosa y devotos. Me llama la atención el atuendo de los papones, con capirotes morados, así como la asistencia de gran cantidad de hombres con vela en mano, dispuestos a participar en este nuevo cortejo. El paso de la Oración en el Huerto, hermosamente adornado e iluminado, ya está en la calle. Cuando la procesión inicia su recorrido silenciosamente –sin más música que el sonido de las horquetas- aprovecho para entrar en Santa Nonia y contemplar las nuevas figuras de María y San Juan, que el paso de la Crucifixión estrenará mañana en la de Los Pasos. 



             Me sumo a la comitiva, que discurre sin prisa pero sin pausa, quizás debido a esa hora de caducidad anteriormente reseñada. La sección de León de La Adoración Nocturna, con su bandera, dan empaque y prestancia a la nueva procesión, con sus miembros pulcramente vestidos. Un grupo de Tarsicios, también con su bandera, figuraban en sus filas. El trayecto estuvo muy iluminado, con muchos reflectores en los balcones, hecho que, año tras año, va adquiriendo más peso y que contribuye a dar más vistosidad a las oscuras calles de nuestra ciudad. La fachada del Hospicio estaba llena de bombillas, así como los balcones del Ayuntamiento, que estrenaba las nuevas farolas de Santo Domingo. El aspecto en las calles era imponente, principalmente en la Calle Ancha y en el Jardín de San Francisco. Pero, sobre todo, resulta conmovedor el silencio, tanto dentro como fuera del cortejo. En la calle Ancha hubo un “Gayarre”, con muy mala sombra. Y peor la tuvieron los que aplaudieron, dada la solemnidad y el silencio de la procesión.

                   Pese al éxito de esta nueva procesión que, durante la abadía de D. Enrique Salgado, puso en la calle la Cofradía del Dulce Nombre de Jesús Nazareno, con ese curioso y excepcional capirote morado en lugar del tradicional capillo negro de los papones de Santa Nonia, incomprensiblemente no se volvió a celebrar nunca más la procesión de La Oración del Huerto

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