martes, 9 de abril de 2013

El Mayor Dolor en Su Soledad enamoró a su barrio




         Cuando el joven escultor leonés afincado en Sevilla, Pablo Lanchares, se emocionaba al dirigirse a una abarrotada iglesia de Santa Marina la Real el pasado jueves 21 de Marzo, durante el acto de la Bendición de su nueva talla para la Cofradía del Santo Cristo del Desenclavo, ya imaginaba que esa emoción se desbordaría como un río de fe y devoción si el tiempo, caprichosamente cruel estos últimos años, permitía a la penitencial de mis amores salir a la calle la tarde de Jueves Santo. La imposibilidad de poder procesionar la talla de Jesús atado a la Columna, del siglo XVIII, que hasta este año acompañaba al Santo Cristo de las Injurias en la Procesión del mismo nombre, propició que, en tiempo record, la junta de gobierno de la Cofradía del Santo Cristo del Desenclavo formalizase con Pablo Lanchares la cesión de esta hermosa Virgen, que bajo la advocación de María Santísima del Mayor Dolor en Su Soledad, salió majestuosa en su humildad del patio del Colegio Leonés, vestida de luto, sobre un monte de claveles blancos, en los que la luna reflejaba sus haces de plata, como cuchillos de pasión. Mi enhorabuena al Hermano Mayor y la Junta de Seises por todo ello.

            Si grata fue la impresión cuando la vi por primera vez, maravillosa resultó para mí su contemplación la mañana de Jueves Santo, cuando me acerqué al patio para verla con calma. Aún faltaba por colocar la Cruz que lleva a su espalda, y el escorzo de sus brazos, más cerrados, pero lo suficientemente abiertos para acoger nuestros ruegos, me resultó más agradable y natural. Su rostro refleja ese dolor de madre y la resignación de aquella que sabe que, caminando detrás de su hijo, nos da ejemplo de amor y paz. La mirada perdida, en una nada que lo es todo, y sus mejillas, surcadas por unas lágrimas transparentes y delicadas, como regueros limpios de escarcha triste. 


            Cuando el Miserere exhaló su último suspiro de matracas y la oscuridad se deslizó por el templo como una noche sin luna ni estrellas, afuera, el cielo volvía a llorar esa lluvia amarga que presagiaba una nueva tarde de vigilia penitencial para la Cofradía de púrpura y negro. Cuando parecía que la suerte estaba echada, Te miré. Tú querías salir, y yo también. Tú tenías tus motivos, y yo los míos. Tú querías caminar detrás de Tu Hijo, cargado con esa pesada cruz, y yo, caminar al lado de mi hija, cogiendo su mano, casi como si fuese por primera vez, y recorrer juntos las calles de ese barrio de mi infancia que tantas veces recorrí de la mano de mi abuelo. Y entre palabras sin voz y miradas sin pestañeo, el cielo nos dio una tregua para que los dos cumpliésemos nuestros deseos. Pude ser feliz, pero me quedé en dichoso, porque te dejé la felicidad para Ti, y para aquellos que, por primera vez, pudieron contemplar tu Mayor Dolor en la Soledad de una noche de luto y llanto…


Hermanos del Desenclavo,
Leoneses de luto y llanto.
Dejad el alma entreabierta,
Que sale por esa puerta
Mi reina, este Jueves Santo.

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