domingo, 14 de abril de 2013

Aquellos Sones y un Sentimiento…




          La noche del sábado, 23 de febrero de 2013, quedará para siempre en el corazón de éste que escribe. Haber podido colaborar en la presentación del nuevo disco de la Agrupación Musical Santa Marta y Sagrada Cena, “A los Sones de un Sentimiento”,  con un Auditorio a rebosar y expectante, fue un honor y un privilegio que difícilmente podrá encontrar parangón, salvo en el almibarado sueño de llegar, algún día, a pregonar la Semana Santa de mi ciudad o Mantener la Ronda Lírico Pasional de mi querida Cofradía del Santo Cristo del Desenclavo, hechos ambos que, como digo, no van más allá de un hermoso sueño, del que seguramente nunca despierte. Esa noche descubrí una nueva forma de amar la Semana Santa, a través de los ojos de un niño que apenas conocía, pero que me regaló la oportunidad de soñar con él primaveras nuevas. Encontré en el acogedor regazo de unos alabarderos la inspiración suficiente para enfrentarme a mis miedos y mis limitaciones y, en su confianza y la de mi familia, la recompensa a la inquietud de no saber si llegaría a estar a la altura de las circunstancias. 




            Hoy, con el sosiego de la distancia y la calma de la primavera, quiero hablar de sentimientos, pues para hablar de sones, ya hay en el panorama musical cofrade oídos más despiertos y entendidos que los míos. Por eso, prefiero no pecar de pretencioso y escribir sobre lo que siento que, al fin y al cabo, es personal e intransferible. Así, evitaré el error de juzgar sin saber.

            Conocer de primera mano la ilusión de ese grupo de músicos, su trabajo, su dedicación, sus sueños… ha sido una experiencia tan gratificante, y me ha aportado tanto a nivel personal y cofrade, que sería injusto guardármelo para mí solo. Negar la debilidad que siempre he sentido por esta Agrupación Musical sería un acto de hipocresía por mi parte, pero también es de justicia abrir los ojos a todos aquéllos que sólo ven en ellos esos sones que elevan al cielo con la delicadeza de una rosa y la dulzura de un algodón de azúcar. Son más que eso, mucho más. Estos alabarderos de La Cena han sabido transformar su pasión en una forma de vida. He sido testigo y objeto de su generosidad, de la hospitalidad que brindan a todo aquél que se acerca a su sede para compartir con ellos una tertulia, un ensayo o, simplemente, una cerveza fresca. Están y son un punto de apoyo para quien necesita un hombro al que aferrarse, cuando el pesado trono de la vida te hace doblar las piernas. Arrancan las notas de una marcha con la ilusión del adolescente que busca respuesta a su primer amor en los pétalos de una margarita. Han conseguido, a fuerza de intentarlo, hacer de la música una razón y de la Semana Santa un motivo para seguir creyendo. Son y están, siempre, para ayudar a cualquiera que lo pueda necesitar…algo que hoy en día es tan necesario como el aire que respiramos.

            Estoy seguro de que hay más ejemplos como ellos en nuestras hermandades y cofradías, pero, como dije al principio, juzgo lo que conozco. Si dedicásemos un poco de nuestro tiempo a conocer por dentro muchos de los colectivos que forman parte nuestra Semana Santa, probablemente, aprenderíamos a apreciar mucho más la inmensa fortuna que tenemos y a valorar en su justa medida el esfuerzo de todos ellos.

           Gracias por todo, alabarderos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario